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Uruguay 25. Cartografías del tiempo.

 

El vestigio vivo de este edificio se ha venido construyendo dentro de una memoria que se alimenta del pasado, pero que también refiere a su presente como arquitectura indócil, envuelta en un manifiesto de permanencia que nos convoca.

 

 

Estancia.

 Nuestra dimensión del espacio cambia. La estancia del edificio puede resultar pequeña, pero en ella habitan ciertos signos del devenir de los periodos que han rebelado su esencia: La herrería del barandal es una posición sólida para entenderlo. Cansada, en todo caso, pero abonando con la espera, un ciclo que se vuelve continuo en el transcurrir de su vida secreta. Una estructura, casi inapreciable, pero determinante en el empeño que le otorga sentido: ser un soporte tangible que enuncia el curso de la escalera.

Hacia un costado, el extenso muro blanco aún conserva el relieve original que lo vuelve una composición inquietante en tanto su carácter de muro. No compite con la nostalgia de un siglo que lo rebaza, sino que potencia las invenciones que han sumado las etapas de restauración a través de los años. Intervenciones. Maniobras. Hibridajes que componen una estética particular para arquitecturas disimiles, cambiantes. Indómitas.     

 

La estancia es una cámara compacta que cuenta poco del resto que se verá después, pero que objeta a partir de signos representativos, la naturaleza de un espacio que se rebela así mismo, en la medida en que se recorre. La estancia es el mirador de otro horizonte en el cuerpo y gravedad del edificio. Una antesala a la cercanía de un viejo inventario de memorias que irán desvelándose en la medida en que nuestros pasos se agotan.

 

Primer piso.

Alguna vez, ciertas sociedades pensaron volver los espacios zonas de estancia y tránsito, zonas de atisbo hacia el afuera y zonas de resguardo hacia el adentro. Nos preguntamos quiénes, qué sociedades en el anonimato o la vida pública de esta ciudad pudieron habitar este primer piso del edificio de Uruguay 25. Una nave pletórica de concreto, diseminada a partir de estructuras de hierro que la sostiene y que, a la vez, habla de una fragilidad vulnerable al ritmo de los encuentros entre paseantes.  

Espacio que en uno de sus extremos deja ver la cortina de acero de lo que en algún momento fue el acceso a la imprenta de la editorial, y al extremo contrario el muro que alguna vez sostuvo la pantalla del cine. Territorio vertical que se extiende hasta los ventanales de los siguientes pisos sirviendo como columna vertebral de la edificación y como árbol que le creció al basamento. Un prodigio de la ingeniería material que oxigena mediante un amplio ducto de acceso a las plantas subsecuentes de la construcción, abriendo un canal orgánico que permite integrarlo todo y a su vez, conservar la individualidad de cada pieza.

 

Hacia los costados, un desnivel diseñado como tapanco, y corredor unidireccional permite transitar la periferia del espacio, considerando las dos rutas de escalera que lo circundan y la vieja instalación del ascensor. Una arteria que sin desfallecer hace correr la luz y el viento, y que atraviesa al igual que el muro del fondo el resto de los pisos, conservando la maquinaria expuesta del motor y el soporte hidráulico junto a los gobernadores de velocidad fabricados en 1930.

 

La planta baja, es la planta alta. Se podría pensar que el edificio es de un solo piso y a la vez, se regula por espacios remotos que vuelven relativa la perspectiva de amplitud o estrechez. Escondites, quizá de una genealogía donde este edificio es padre y abuelo de su decendencia extraviada entre el centro histórico de la ciudad.

 

 

Pisos subsecuentes.    

Uruguay es uno de los países más pequeños de América, mientras que las dimensiones de este edificio nombrado del mismo modo, habla el lenguaje de lo mínimo de una forma diametralmente opuesta. Habla de lo mínimo más allá de la noción de extensión territorial. Habla de lo mínimo como un gesto que le permite centrarse en la implosión del detalle dentro de una amplitud rica en su potencia de abismo.

 

Luego, teniendo que volver por el camino que lleva a la estancia principal, se accede a las escaleras que conducen al primer piso, donde sobrevive casi intacta la puerta de madera blanca, sobre la cual sigue instalada la placa original de la Editorial Patria. La puerta sugiere abrir otro espacio, otro intersticio en la época que se escapa de la clasificación de primer piso. Es una primer ciudad de esta república de Uruguay.  Es una instancia metafórica que conserva en los costados, la misma expresión de la estructura de soporte abierta en cruces, hasta llegar al fondo/ vacío que se comunica con el resto de las estancias.

 

Una galería despejada, sin divisiones, ni muros, ni columnas, ni murallas. Un espacio abierto flanqueado en la parte trasera por los grandes ventanales que van a dar hacia la parte trasera de otro edificio, quizá de la misma edad que se alcanza a reconocer al fondo y en la parte frontal por el balcón principal. Si miramos con atención aún se conservan restos del tapiz y los mosaicos del siglo pasado, así como los errajes de las ventanas y algunos cerrojos que se niegan a la extinción, librando la batalla del oxido.  

 

El segundo, tercer y cuarto piso, sacuden la perspectiva de la simetría. Pareciera que los pisos se homogenizan en dimensiones paralelas y otros rasgos que comparten, sin embargo, se trata de identidades diversas, complejizadas por la particularidad de signos que escapan a simple vista:

 

Bóvedas compuestas de la misma materia, que sin embargo expanden, diferidas, su propia vocación (Suicida) a las poéticas del detalle. Trazos que recurren al polvo o prefieren alimentarse del sol que entra por el postigo frontal. Repositorios de pequeñas grietas, fisuras, hábitats incomprendidos. Microcosmos donde prevalecen sistemas de conservación y depredación del residuo. Vegetación que ha crecido abriéndose paso entre el concreto. Campos, bosque interior. Partículas que se expanden imperecederas como enzimas.

 

Subir. Regular la pulsión de los pasos para habitar momentáneamente cada piso. Saber que uno sube. Que la temperatura lo dice. Que el tiempo de abandonar la superficie lo dice, y finalmente, saber que el interior del archivero profundo que es Uruguay 25, se extiende más de lo que hubiera sido debido. Más tarde sabemos cuál es la razón, bajo sospecha de no ser cierta, de aquel alumbramiento que caracteriza las revoluciones del tiempo en la materia habitacional.  

Azotea.

A salvo del vértigo, e instalados en el soporte de una estructura de metal que más tarde conforma una escalera de caracol que lleva al siguiente y último nivel (De un cierto aire a purgatorio dantesco) llegamos a la azotea.   

 

El edificio es la azotea. La arquitectura invisible, que a cielo abierto presenta su explanada, recuerda la figura de nido que Bachelard, construyera en su poética del espacio: La fenomenología filosófica del nido empezaría si pudiéramos dilucidar el interés que nos capta al hojear un álbum de nidos, o, más radicalmente todavía, si pudiéramos encontrar de nuevo nuestro deslumbramiento candoroso cuando antaño descubríamos un nido. Este deslumbramiento no se desgasta, el descubrimiento de un nido nos lleva otra vez a nuestra infancia, a una infancia. A las infancias que deberíamos haber tenido. Son raros aquellos de nosotros a quienes la vida ha dado la plena medida de su cosmicidad…

 

…Así el viejo nido entra en una categoría de objetos. Cuanto más diversos sean los objetos, más sencillo se hará el concepto. A fuerza de coleccionar nidos se deja a la imaginación en paz. Se pierde contacto con el nido vivo. Sin embargo, es el nido vivo el que podría introducir una fenomenología del nido real, del nido encontrado en la naturaleza y que se convierte por un instante —la palabra no es demasiado grande— en el centro de un universo, en el dato de una situación cósmica.

 

La azotea es la periferia. Es el resto de la mancha urbana contenida en el punto superior del edificio, y en uno de los más altos de la zona centro de la ciudad. Hacia los márgenes del límite que establece la barda rodeando el área, hay un par de domos conformados por bloques de cristal que instalan una geometría particular, llena de sentido quizá para quienes concibieron este sitio como observatorio, faro, mirador de otros cuerpos y arquitecturas que se relacionan, se expulsan, se pertenecen. El sitio donde el arquitecto de este edificio se colocó para verificar que su obra en realidad se encontraba afuera. Que su obra era la relación que lograba tener con la armonía distópica en el resto del paisaje, edificaciones y enclaves que han dado sentido a los corredores principales que atraviesan eje central: Republica del Salvador, Carranza, Madero y 5 de mayo. Que la obra es lo que construye el adentro para lograr ese afuera. 

 

Fachada.

La deriva termina por el primer encuentro con el rostro frontal del edificio. La fachada es otra habitación, es otro piso, es otra estancia, es una escalera y es una ventana que da hacía nosotros mismos. Es un adentro. No nos detendremos en el estilo colonialista sino en la materialidad viva. La obra meticulosa de las manos que la labraron es obra, en buena medida de la piedra. De la piedra como composición de lo humano. Como remanso. Indescifrable en sus formas múltiples, revertidas de modernidad, que articulan la estética del hallazgo en una plenitud de expresiones que se vuelve monumental.

 

La fachada es la anunciación del inventario que representa el recinto. Nuestros procesos de observación han consistido en intentar contemplarla por largos lapsos de tiempo y el intento también resulta escaso en esa voluntad de mirar a los ojos de un ciego colosal que es el tiempo. Sentimos que algo en ese edificio nos mira por dentro. Sentimos que hemos rebasado la expectativa de querer conocerlo y el sentido, un tanto obsceno, de complejizar lo oculto nos mantiene en una suspensión continua, que, en el mejor de los casos, da paso a la neblina pasajera, y la convención de la sombra.

 

Ahí dentro han transcurrido buena parte de nuestros procesos, desde la desembocadura de nuestras derivas escuchando la vitalidad de lo aparentemente muerto, hasta la generación de acciones documentales que lo archivan. Pero también desde la presencia de otras corporeidades que subvierten los hábitos por los que el edificio seguramente ha pasado en sus etapas anteriores de vida. Desde la instalación, el diálogo con su naturaleza precaria y las alternativas que de ahí han surgido para potencializar los trazos de su memoria.

 

Uruguay 25 ha sido el cuerpo presentado con vida de cuatro años de actividad multidisciplinaria continua y ha sido un detonador constante para la conformación de otros lenguajes y formas de relacionarse con el espacio suspendido, gravitacional de un pasado que se vuelve terreno de actualidad y pulsión cercana de futuro. Va para este edificio, antiguo vigía que permanece y sobrevive a los terremotos del pasado y del presente. Va a ese testigo de la historia, generoso en todo caso, que ha habitado una parte nuestra que ahora, también pertenece a él y está como el resto, en algún punto extraviado, no localizable, de su propio tiempo.        

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